[Luis Hernández] Una cascada de aplausos, llena de sentimiento, se dejó caer desde el tendido general de la Plaza México, al momento en que Domingo López Zotoluco levantó orgulloso un sombrero de charro, elevando sus plegarias al cielo, en respuesta de satisfacción.

Gracias Dios mío por haberme concedido la dicha de despedirme de los ruedos en la Plaza México y, sobre todo, porque me lo haz permitido en un 12 de diciembre, día de mi Virgencita de Guadalupe.

El mayor de los Zotolucos picó a Misterio de Los Encinos, soportando con rienda y fuerza, los 522 kilos, anunciados en el cartel de toriles. Y como buenos paisanos tlaxcaltecas, el matador José Luis Angelino le ofreció la faena en brindis, como un cierre triunfal a 50 años de montar caballos en plazas de toros.

Nunca imagine un despedida así, con tanto cariño del público, gritando mi nombre desde que salí de la puerta de picadores, y luego esa bonita vuelta al ruedo, junto con mis compañeros subalternos. Me voy satisfecho, y agradecido con Dios y la Virgen de Guadalupe, por todo lo que he vivido en una sola tarde.

...La cabellera grisasea, como heno invernal de los huizaches sembrados en el campo bravo de Tlaxcala, quedó al descubierto, lo mismo que el rostro quemado por el sol. Hacia las escalinatas del vestidor de subalternos rechinaban las molduras y espuela metálicas.

Domingo López Hernández deja herencia a la fiesta: sus hijos, Moisés y Pedro, activos picadores, y Francisco, banderillero; lo escrito, seguira vigente y refrescado entre las charlas de los buenos aficionados.

* Foto: Ángel Saínos.