Inmersos en la mansedumbre con dos diferentes manifestaciones, mientras su primero hacìa cada momento por él, teniendo un peligro real que puso en riesgo su integridad física, tirando hachazos que buscaban herirle; su segundo fue un manso de solemnidad que buscaba huir a cada momento.
Lances principescos han sido los dibujados con los que recibió a su primer ejemplar, aguantando la fiera embestida e impactando de inmediato a los tendidos que dejaron escuchar fortísimos olés. Después de que el de Real de Saltillo derribara al caballo por haberle encontrado por la parte delantera del caballo, realizó un quite por faroles tapatíos, que recortó con la zapopina que levantaron de su asiento a los reunidos continuando con estentorios olés, aficionados que hicieron una magnìfica entrada que llegò al medio aforo.
La faena fue trazada con el poder que da el valor natural a través del aguante, de la buena técnica, así como con la solidez de su arte, dejando episodios verdaderamente bellos porque el conjunto escultórico fue recreando el paladar del diletante taurino.
Vino la rùbrica con la espada, y el toro le prendió peligrosamente, tardando en caer.
Con su segundo, que huía hasta de su sombra, Guillermo le fue obligando a seguir la tela roja, consiguiendo trazos de sumo mérito que conjuntaron series con la derecha templadas y rítimicas, como igual resultaron los redondos con ambas manos y la dosantina. Después de un espadazo la gente le ovacionó como reconocimiento a lo expuesto en el redondel, ovación que continuó cuando abandonó el coso tapatío, escuchándose gritos de ¡torero!.
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