El rejoneador don Ramón Serrano falleció la tarde de este martes en un hospital de la Ciudad de México, a los 79 años, como consecuencia de una enfermedad en las vías respiratorias que lo mantuvo más de nueve meses ingresado, y en todo este tiempo nunca dejó de luchar con ese carácter tan férreo que le caracterizó a lo largo de una existencia plagada de entrega y valentía.
Ramón Serrano Segovia nació en esta capital del 6 de abril de 1946 en el seno de una familia que luchó para abrirse camino, y a pesar de los avatares propios de quienes buscan reivindicarse, consiguió un importante posicionamiento social y económico que más tarde le permitiría dedicarse a su gran pasión: los caballos y el toreo.
Desde joven le gustó la charrería, de la que fue un entusiasta practicante. Pero cuando descubrió el toreo a caballo su relación con los caballos cambio por completo, derivado de esa puesta en escena tan especial que supone torear en una plaza sobre los lomos de un corcel, delante del público.
Los inicios en el rejoneo
Aunque comenzó a hacerlo a una edad un tanto avanzada, pues entonces ya tenía unos 30 años, pronto se dio cuenta de que podía despertar controversia, y como su personalidad era atronadora –en todos sentidos– lo consiguió de inmediato con una cuadra bien domada, espectacular, en la que brilló con luz propia aquel caballo blanco, español de raza, llamado “Amoroso”. Sus quiebros inverosímiles, dándole muchas ventajas a los toros, fueron novedad en una época en la que el toreo a caballo apenas comenzaba a evolucionar.
Don Ramón llegó a torear con las tres indumentarias con las que suele practicarse el toreo a caballo: a la usanza charra mexicana; a la usanza portuguesa, y también vestido con el clásico traje corto campero, siendo de los primeros rejoneadores en México de utilizar chaquetillas bordadas en oro. Como todo torero, tampoco estuvo exento de sufrir cornadas, como una en la ingle y otra en una pantorrilla, además de varias fracturas.
Y a finales de esos años setenta se convirtió en un rejoneador temperamental y polémico que llamó la atención del público. Tomó la alternativa el 2 de septiembre de 1979 en la plaza “El Paseo-Fermín Rivera” de San Luis Potosí, de manos del legendario Gastón Santos, en una tarde que completaron los caballistas Pedro Louceiro, Gerardo Trueba, Jorge Hernández Andrés y Raúl Arredondo. El toro de la ceremonia pertenecía a la ganadería de La Playa, con el que demostró que iba a tener una mayor proyección como jinete.
Además de “Amoroso”, con caballos como “Capricho”, que fue el primero con el que hizo quiebros, “Rumbero”, “Moncho”, “Gaudí” o “Balazo”, enriquecieron su cuadra en distintas épocas, mientras que “Cordobés” tuvo la mala fortuna de que un toro de San Antonio de Triana, que se escapó en la Monumental Zacatecas en una corrida de 1988. le provocara una fractura de la que terminó muriendo.
Un hombre generoso y temperamental
Fumador empedernido, generoso y desprendido, don Ramón le regaló una cuadra completa a Carlos Arruza hijo, cuando a éste se le incendió su camión con toda la cuadra, y con el paso de los años también les obsequió caballos a otros rejoneadores, tanto mexicanos como portugueses. En su día, donó un quirófano móvil para la Asociación Nacional de Matadores.
En 1984 hizo una incursión en Portugal, con sus caballos cuartos de milla, donde llegó a picar piedra y acabó toreando una temporada completa hasta presentarse en la plaza de Campo Pequeño, en una corrida en la que compartió cartel con Mestre Batista y João Ribeiro Telles.
En otra ocasión tuvo un altercado con Manolo Martínez y a don Ramón le salió lo bragao, que para eso se pintaba solo, y le dijo al mandón que estaría dispuesto a sortear con él y matar a caballo el toro que le tocara en suerte, independientemente de que no estuviera arreglado de los pitones para rejones.
Este hecho le granjeó simpatía en un gremio donde siempre se le miró con admiración, pues era echado p’alante y se hacía respetar mediante un carácter explosivo y hasta extravagante.
Alrededor de anécdotas como ésta se tejieron otras historias curiosas, muchas veces exageradas o falsas, pues don Ramón siempre mantuvo prudente distancia con el medio taurino y muchos de sus protagonistas que solían llegar disfrazados de corderos a ver si le sacaban dinero.
Sus tardes en la Plaza México
Pasaron muchos años toreando en cosos de provincia, con el apoderamiento del matador Raúl García, hasta llegar a la Plaza México, lo que ocurrió el 7 de enero de 1990, ya cuando había acumulado más de 200 corridas. Esa tarde abrió el festejo con un toro de su ganadería, Tequisquiapan, que había adquirido un par de años antes a la viuda de don Fernando de la Mora Madaleno. Aquel día encabezó el desfile de las cuadrillas acompañado deMariano Ramos, Rafi Camino y Enrique Garza.
Toreó otra corrida en el coso de Insurgentes el 5 de febrero de 1991, al lado de Eloy Cavazos, Curro Rivera y Miguel Espinosa “Armillita”, donde lidió un toro de Fernando de la Mora de nombre “Naviero”, bautizado en honor a la empresa familiar: Transportadora Marítima Mexicana, mientras que en otra corrida que actuó, el 29 de marzo de 1992, estuvo entonado con el toro “Tanganxuan”, de El Junco, que pesó 592 kilos, y con el que saludó una ovación en el tercio. Ese día salió por delante en el mano a mano entre Pedro Gutiérrez Moya “El Capea” y Miguel Espinosa “Armillita”, mientras que el 17 de enero de 1993 hizo un nuevo paseíllo en La México al lado del propio Miguel, Eulalio López “Zotoluco” y Jesulín de Ubrique, con un toro de Los Martínez.
También se recuerda una actuación suya el día en que La México cumplió 50 años, el 5 de febrero de 1996, en que actuó por delante con un toro de Xajay en aquella corrida que duró casi cinco horas y se lidiaron un total de 10 ejemplares de la misma divisa, con Jorge Gutiérrez, Manolo Mejía y Enrique Ponce en el cartel. Esa tarde realizó algunos vistosos quiebros montando a “Lagartijo”, su expresivo caballo colorado.
Motivado con la carrera de su hija Mónica
De hecho, esta fue su última comparecencia en la plaza capitalina. Compartió el paseíllo con su hija Mónica, que apenas empezaba a montar, actividad que más tarde profesionalizó, en gran medida, gracias al apoyo incondicional de su padre para convertirse en una destacada amazona, un hecho que a don Ramón siempre le llenó de orgullo y satisfacción.
Andando los años, don Ramón toreó de forma espaciada, y sus presentaciones en público fueron muy puntuales. Sin embargo, nunca dejó de comprar caballos para ponerlos y probarlos en el ruedo de su plaza de tientas con vacas antes de debutarlos en público. De esta afición tan grande, su hija Mónica pronto se contagió por lo que, en años recientes, don Ramón la alentaba a torear y a ensayar con ella en su rancho de Tepeji del Río, donde también se asienta la ganadería dePie de Casas.
Don Ramón fue un hombre con una afición tremenda al rejoneo, a los caballos, a las yeguadas, de las que se nutrió siempre para estar a la vanguardia en el mundo del caballo, especialmente en el de raza lusitana. Aunque recientemente salía poco, estaba enterado de lo que ocurría en España y Portugal en materia taurina y equina, que fue la gran pasión de un personaje que, si se le conocía de cerca, sacaba siempre es fondo de nobleza y lealtad de los viejos caballeros de otro tiempo.
A través de esta breve semblanza biográfica, apenas bosquejada, enviamos nuestras más sentidas condolencias a su esposa doña Vivianne Velarde y a sus hijas Alejandra, Vivianne, Paloma, Ana Sophia y, especialmente, a Mónica, así como al resto de su familia, amigos y colaboradores. Se marcha al galope un rejoneador que, en su día, y con la reciedumbre de su toreo, no pasó inadvertido para la afición.
Descanse en paz el llamado “Rey del Quiebro”.