Solamente el hombre que es capaz de exponerse a su máximo ó dispuesto a dar el todo pinta imaginariamente el punto, de donde ni el viento, el miedo o la fuerza del toro habrá, jamás, de moverlo.
Manuel Rodríguez Sánchez lo llevaba en su rostro de mártir, más apegado a la muerte que a la vida.
José Tomás Martín lo nació consigo y simplemente le llamo La Línea.
En su natural calor interno Arturo Macías lo prendió en España, a costa de tres cornadas en 90 días, para llamarlo La Línea de Fuego.
Esa sucesión de puntos marca el viaje del toro, de un lado, y la angustiosa espera para embrocarse, pegado al mismo lateral. Es drama, misticismo y en la mayoría de las veces, milagro, hasta que deja de serlo.
Cuando alguien le preguntó a Manuel Rodríguez por qué no se quitó del viaje, toda vez que el toro iba directo hacia el cuerpo, respondió con frialdad inaudita, “porque dejaría de llamarme Manolete”.
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A José Tomás se le invitó a definir su toreo sobre el de los demás. Y con tamaño desparpajo espetó: “Yo rebaso, me meto y cruzo la línea; los demás no se atreven”, envolviendo a toda la torería de su país.
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La mayoría de los aficionados mexicanos se siguen preguntando, cornada tras cornada, a qué fue Arturo a España, reprobándole apoderado, ganado y carteles. Y cuando da su versión asombra por su deseo de reaparecer.
“Se los riesgos y las consecuencias del terreno que piso. Yo vine a triunfar, a poner en alto el nombre de mi país, y si para eso hay que pagar con sangre, lo voy a seguir haciendo. Me metí a la línea de fuego y de ella no me voy a apartar”
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Y ya está pensando en Barcelona, donde se prohibirá la fiesta, pero también donde se abarrota como fue el regreso de José Tomás y se quedó la huella de Manolete en sus tardes de expectación.
La línea es el camino más recto para aquél que no se miente a sí mismo.